Día 13: snorkel en las islas Gili

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Todavía no ha salido el sol cuando una voz estridente nos despierta. Al principio pienso que ha sido un sueño. Sin embargo, a medida que empiezo a tomar consciencia de dónde estoy, me doy cuenta de que la voz es más que real. Se trata del imán de la mezquita del pueblo, que debe estar a unos 300 metros del hotel, aunque se oye como si tuviéramos unos altavoces dentro de la habitación. Todavía son las cinco de la mañana, así que intentamos conciliar el sueño de nuevo, aunque, durante los siguientes veinte o treinta minutos, los cánticos continúan. A mí, sin embargo, no me molestan. De hecho, me parece todo muy auténtico.

Nos acabamos levantando un par de horas después. Nuestro guía para la excursión de hoy, en la que voy a hacer snorkel por primer vez en mi vida, no nos tiene que recoger hasta las nueve, así que nos da tiempo de arreglarnos con tranquilidad, desayunar y relajarnos en la terracita de nuestra cabaña. El desayuno lo tenemos incluido en el precio de la habitación, y es supercompleto. Podemos elegir lo que queramos de la carta. Yo me pido un zumo, tostadas, huevos revueltos con verduras y fruta.

Con la crema solar y los bañadores puestos, nos sentamos fuera del restaurante a esperar a nuestro guía. Llega puntual. Es un chico joven, de unos 25 años, y habla muy bien inglés. Viene acompañado por un conductor que nos llevará en coche hasta el puerto de Bangsal. Por el camino, nos explica más o menos lo que haremos y nos pregunta si hemos hecho snorkel alguna vez. Tras preguntarle si hay riesgo de morir atacada por un tiburón y contestarme que no, me quedo un poco más tranquila. Al llegar a Bangsal, de repente me acuerdo del conductor que nos llevó ayer hasta el hotel. "¿Te imaginas que nos lo encontramos, nos reconoce y se venga de nosotros por no haberle pagado el transporte?", le digo a Vicent. Él ni me contesta.

El guía nos indica el camino hasta la barca con la que iremos hasta las islas Gili. Allí hay un hombre, más mayor, que será el que nos llevará. Subimos a la barca y emprendemos la marcha. Cuando cogemos velocidad, la brisa se agradece, ya que hace mucho sol y calor. Desde el barco se ven perfectamente las islas, y nuestro guía nos indica qué recorrido haremos más o menos.
 
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Vistas desde el barco
La idea es ir primero a Gili Trawangan a dar una vuelta y ver el centro de conservación de tortugas. El trayecto dura unos veinte minutos y, al llegar, el guía nos lleva hasta allí. Hay varias piscinas llenas de tortugas minúsculas. Al parecer, son un animal bastante amenazado y este tipo de centros ayudan a repoblar la zona.
 
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Centro de conservación de tortugas
Tras esta corta visita, nuestro guía nos pregunta si queremos dar una vuelta por la isla y quedamos en ese mismo punto en una hora. Vicent y yo nos planteamos alquilar una bicicleta para dar una vuelta, pero al final decidimos que no, porque no tenemos mucho tiempo. Empezamos a caminar por lo que sería el centro neurálgico de la isla, una calle de arena repleta, a ambos lados, de tiendas de souvenirs, oficinas turísticas, restaurantes y bares. Nos parece curioso que en un sitio tan pequeño pueda haber tal cantidad de turistas. Avanzamos con la idea de llegar a alguna zona más calmada, pero nos cuesta. Además, vamos muy lentos porque hay bastante tráfico de bicicletas y de carros tirados por caballos y burros.
 
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Calle en Gili Trawangan
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Calle en Gili Trawangan
Tras una hora de paseo aproximadamente, nos reunimos con el guía, dispuestos a hacer nuestra primera inmersión. Ya en el barco, nos cuenta que vamos a empezar la ruta en la isla de Gili Meno, donde espera que podamos ver alguna tortuga. El barco nos aleja de la costa de Gili Trawangan y nos conduce hacia la otra isla. Anclamos relativamente lejos de la costa, y empezamos a colocarnos todo el equipamiento: aletas, gafas y tubo. El guía es el primero en tirarse al agua. Luego, Vicent. Por último, yo. Al principio me agobio mucho. Intento respirar normalmente, pero me resulta imposible. Pasan varios minutos hasta que me doy cuenta de que tengo que coger menos cantidad de aire, y entonces empezamos a nadar. La experiencia me parece increíble. El hecho de estar totalmente aislada del ruido exterior me encanta. Nadamos entre peces y coral. Vicent experimenta con la GoPro, sin mucho éxito al principio. También conseguimos ver una tortuga (y captarla en cámara), aunque de lejos.

Tras lo que a mí me han parecido diez minutos (pero que en realidad ha sido más de una hora), volvemos al barco (con escena erótico-festiva en la escalerilla incluida). El guía nos dice que nos vamos a mover a otra zona de la isla para ver si tenemos más suerte con las tortugas. Volvemos a estar más de una hora dentro del agua, aunque seguimos sin tener suerte con las tortugas.
 
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Tras esta segunda inmersión, volvemos al barco, que ahora nos va a llevar a la tercera isla: Gili Air. Allí comeremos y descansaremos. ¡Ah! Y también nos reaplicaremos la crema solar, porque tenemos la espalda hecha un cristo.
 
Elegimos un restaurante turístico donde nos comemos nuestra primera hamburguesa en lo que va de viaje. El precio, comparado con nuestro hotel de Lombok, está un poco disparado, pero es que la terraza del restaurante está llena de turistas europeos. Oímos hablar inglés, alemán, francés, español... y no conseguimos localizar a ningún cliente con aspecto de local, aparte de nuestro guía. Después de comer, el guía se sienta con nosotros y prepara unas botellas de plástico con agujeros en las que meteremos pan para atraer a los peces durante la próxima inmersión.
 
Estamos listos. Esta vez, dejamos nuestras cosas en el barco (aunque yo no me fío mucho...) y entramos al agua andando. Lo de "andando" es un decir. Lo mío es bastante menos glamuroso. La playa está llena de rocas y de otras cosas que no sé identificar y me cuesta, sin exagerar, más de diez minutos llegar a la profundidad necesaria para poder nadar. Voy pegando saltitos y grititos mientras Vicent y el guía me observan. Cuando por fin consigo alcanzarlos, volvemos a sumergirnos. Esta vez usamos el truco de la botella que expulsa pan cuando la aprietas, y funciona de lo lindo. En un momento, estamos rodeados de peces.
 
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Esta última inmersión es, probablemente, mi favorita. Ahora ya estoy acostumbrada a respirar por el tubo y puedo disfrutar de la experiencia al máximo. Nos pasamos otra hora y pico buceando en dirección a la playa donde nos espera el barco. Al llegar, nos despedimos de los pececitos y volvemos a subir al barco. Localizo las mochilas (¡uf!) y ponemos rumbo a casa. Son las tres y algo y estoy agotada. Me bebo una botella de agua fresquita entera y me siento a disfrutar del viaje de vuelta a Lombok. Aprovechamos para preguntarle al guía sobre su vida. Nos cuenta que sólo ha salido de Indonesia en una ocasión, para visitar a una amiga en Suiza, pero que le encanta vivir allí y hacer el trabajo que hace. Aun así, dice que, si consigue ahorrar lo suficiente para pagarse un billete, le gustaría volver a Europa.
 
Llegamos de nuevo al hotel. Todavía hace sol, así que nos quedamos un buen rato en las hamacas del jardín. A Vicent se le mete entre ceja y ceja que quiere beber agua de coco, así que se compra uno (aunque es incapaz de acabárselo, ¡ja ja!).
 
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A lo guiri

Más tarde, presenciamos otro atardecer precioso en Indonesia.
 
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Segundo atardecer en Lombok

A medida que oscurece, los mosquitos empiezan a hacer acto de presencia, así que volvemos a la cabaña para ducharnos y arreglarnos antes de cenar. El imán de la mezquita vuelve a hacernos compañía. Después, otra cena espectacular (y barata) en el restaurante del hotel y a descansar. Intentamos ver algún capítulo de Orange is the new black, pero caemos rendidos antes de darnos cuenta. ¡Hasta mañana a las cinco! 

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