Día 12: primer atardecer en Lombok

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El despertador nos suena hoy a las siete de la mañana. ¡Buenos días, Bali! Nos levantamos muy animados, ya que hoy cambiamos de isla y empieza nuestra etapa relax del viaje. Nos esperan varios días de sol, playa, cocoteros y masajes. Esa es, al menos, la teoría.

Sin embargo, eso significa que tenemos que despedirnos de este maravilloso hotel. Aun así, tenemos muchas esperanzas puestas en el siguiente, cuya página de Trip Advisor promete aislamiento, paz y atardeceres en cabañas de madera frente al mar. Hacemos las maletas de nuevo. Lo hemos hecho ya varias veces, así que tenemos un dominio casi perfecto de la técnica. Tras adecentarnos un poco, y con las mochilas cargadas al hombro, decimos adiós a nuestra habitación y bajamos a la recepción, donde, en teoría, nos tiene que recoger un minibús. Este servicio está incluido en el precio que pagamos por el billete de barco rápido que nos tiene que llevar a Senggigi, en Lombok. Sin embargo, como ya os comenté ayer, yo no las tengo todas conmigo. Os explico por qué. Nosotros contratamos este viaje a través de una ONG llamada Kupu Kupu. Lo hicimos desde España, y anteayer un chico de la organización se acercó a nuestro hotel a darnos nuestros billetes, como habíamos acordado con Begoña, nuestro contacto en la ONG (y que, por cierto, se portó genial con nosotros y nos ayudó un montón). El billete, sin embargo, no me daba confianza, acostumbrada a los típicos que tenemos aquí, con su código de barras y todo. Era un papelito con el logo de la empresa (Wahana Gili Ocean) en el que alguien había escrito (a mano) nuestro destino, el número de pasajeros y nuestro nombre (con algún que otro error, por cierto). Total, que a mí todo esto no me acaba de cuadrar.

Así que allí estamos, en la recepción del hotel, con unas cajas de desayuno que pedimos anoche y que nos han preparado muy amablemente (porque el bufet de desayuno lo abren a la misma hora a la que hemos quedado), esperando a nuestro transporte. Pasan quince minutos, y yo empiezo a ponerme de los nervios. No sólo por el retraso del minibús, sino porque, en este rato, podríamos haber desayunado en el bufet. Pasan cinco minutos más y, justo antes de ponerme a gritar de impotencia y poner en marcha el plan B, aparece nuestro conductor. No me lo creo. O sea que sí, tenemos transporte. Nos despedimos de la amabilísima recepcionista y nos subimos a una furgoneta en la que acaben unos ocho pasajeros. De momento hay un par de ellos, y de camino al puerto recogemos a varios más en diferentes hoteles de Ubud. Como de costumbre, hay mucho tráfico, pero llevamos bastante margen (el barco no zarpa hasta las nueve y media).

Tras un buen rato de carretera, llegamos al puerto de Padangbai. Son casi las nueve. Nos bajamos de la furgoneta y el conductor nos explica que tenemos que entrar en un restaurante que está aquí al lado, donde nos darán unas etiquetas que necesitamos para viajar. Todo es muy confuso; me siento como si estuviera en Pekín Express. Localizamos el restaurante, entramos y vemos, al fondo, a un chico en una mesa con muchos papeles. Deducimos que es nuestro hombre y nos acercamos. Le enseñamos nuestro papel escrito a mano y, sin poner ningún impedimento, nos da unas etiquetas que tendremos que atar a nuestras mochilas. Son amarillas y llevan escrito "Senggigi". Eso es todo. Salimos, cruzamos la calle, y nos unimos al gran grupo de viajeros que espera allí con sus mochilas y sus etiquetas. Vemos  que algunos llevan la misma que nosotros, pero la gran mayoría lleva otra en la que pone "Gili Trawangan".

En los siguientes minutos reina bastante la confusión. Nosotros nos dejamos llevar por las masas (me siento un poco como una oveja siendo guiada por un perro pastor) y acabamos metiendo nuestras mochilas en un barco rodeados por viajeros que se dirigen a Gili. Nos aseguran que el mismo barco que va a Lombok también va a las islas Gili, y decidimos fiarnos. Tras embarcar (sin pasarelas ni nada, simplemente saltando cogidos a una cuerda), entramos en el interior del barco. Los asientos parecen muy cómodos, y nos sentamos en una fila de tres a la izquierda, junto a la ventanilla y cerca del televisor. Aunque es un poco alta, nos permite ver algo de mar.

El barco zarpa con algo de retraso. Una vez en marcha, Vicent y yo decidimos abrir nuestras cajas de desayuno, en las que tenemos magdalenas, huevos, patatas, verduras... Un poco de todo, vaya. Todavía no le he dado el segundo bocado a mi magdalena de chocolate cuando veo junto a mi pie, apoyado contra el lateral del barco, una cucaracha. Por poco me da algo. Subo los pies a mi asiento y me pongo como una loca. La cucaracha huye despavorida, asustada por el grito que le he pegado, pero yo no me quedo tranquila. Subo mi mochila al asiento, por si se le ocurre meterse, e intento relajarme. "No pasa nada, es sólo un animalito, y ya se ha ido." Pero no. El hermoso animalito vuelve a aparecer por la pared del barco, avanzando hacia mí y, luego, desapareciendo por el lateral. "Vicent, yo no puedo estar aquí." Tras varios minutos de tensión máxima, que a mí se me hacen eternos, decidimos que lo mejor es salir de allí. Es posible que nos dejen subir a la cubierta. Así que eso hacemos. Subimos a la cubierta, donde hay unas quince o veinte personas sentadas o estiradas, disfrutando de la brisa. "Esto ya es otra cosa." Nos hemos dejado el desayuno casi sin probar en el asiento, pero no me importa. Yo no vuelvo a bajar. Avanzamos con cuidado y en cuclillas. Encontramos un sitio junto a la barandilla y nos dejamos caer. ¡Qué maravilla! Eso sí, suerte que llevamos la crema solar en una mochilita, porque el sol pica de lo lindo.

Son cerca de las once cuando avistamos tierra. "¿Será Lombok?", pienso yo, pero rápidamente me doy cuenta de que me equivoco. A lo lejos, empezamos a ver unas enormes letras de colores en la playa que anuncian nuestro primer destino: Gili Trawangan. "Vaya, hombre." 


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Llegada a Gili Trawangan

El barco se acerca hasta la misma orilla de la playa y muchísima gente a nuestro alrededor empieza a prepararse para desembarcar. Desde la cubierta, observamos que en la arena hay otro grupo de viajeros con mochilas (esperando para subir a nuestro barco, aunque nosotros todavía no lo sabemos). La gente empieza a bajar y yo, aunque no soy creyente, rezo para que nadie se lleve mi mochila. Pasan varios minutos y, cuando apenas quedamos cuatro gatos en el barco, empiezan a embarcar los viajeros que están esperando en la playa. No sabemos si van a Lombok, o si vuelven a Bali.

Con todo el mundo ya en el barco, zarpamos de nuevo; ahora sí, suponemos, rumbo a Lombok. Tardamos menos de quince minutos en llegar y, esta vez sí, nos avisan de que estamos en Lombok. Atracamos en un puerto, así que no tenemos que mojarnos las piernas en la playa. Al desembarcar, nos quedamos allí esperando a que saquen nuestras mochilas. Localizamos las nuestras con bastante rapidez, y yo respiro por fin tranquila. "¡Estamos en Lombok!"

A medida que avanzamos por la pasarela donde hemos desembarcado, se nos acercan decenas de taxistas (no oficiales) que nos ofrecen transporte, pero a nosotros nos tiene que venir a recoger un conductor de nuestro hotel. (Es un servicio que ofrecían por 100.000 rupias.) Sin embargo, no localizamos a nadie con nuestros nombres ni con el nombre del hotel. Debe haber unas 20 personas, y ninguna tiene pinta de ser nuestro conductor. Salimos de la zona de la playa y nos paseamos por allí. Hay varios edificios pequeños, donde venden billetes para diferentes tipos de barcos (la mayoría con destino a las islas Gili). A ver, recapitulemos. Buscamos entre nuestros papeles el correo electrónico del hotel para repasar los detalles de nuevo. Sí, todo cuadra, habíamos quedado alrededor de las 11:30 en Senggigi. 

Le preguntamos a uno de los taxistas que nos merodea desde que hemos llegado si hay algún punto de recogida de viajeros por aquí, por si nuestro conductor estuviera esperándonos allí. La revelación que nos hace el conductor nos deja helados (pese al calor que hace): no estamos en Senggigi. "¡¿Que qué?! ¿Por qué no nos lo ha dicho nadie?" Al parecer, estamos a 30 km de Senggigi, en el puerto de Bangsal. En realidad, estamos mucho más cerca del hotel que si hubiéramos bajado en Senggigi, pero, claro, tenemos a un conductor esperándonos en un puerto a una hora de aquí. Bueno, que no cunda el pánico porque no tenemos ninguna prisa. Lo primero que tenemos que hacer es intentar avisar al hotel. Buscamos un teléfono de contacto en el correo electrónico (recordad que no tenemos internet) y Vicent llama. No lo cogen. Ni a la primera, ni a la segunda ni a la novena. El taxista al que le hemos preguntado antes, al ver la situación, se ofrece a llamar desde su teléfono. Tampoco se lo cogen. La verdad, no sabemos qué hacer. Llevamos más de veinte minutos intentando contactar con el hotel, pero no hay manera.

El taxista sigue insistiendo. Dice que nos lleva por 150.000 rupias (o sea, 10 €). Nos parece un timo de manual, pero, al no tener internet, no sabemos realmente a cuánto estamos del hotel y nos es difícil negociar. Intentamos bajar a 100.000, pero el chico no se baja del burro. Total, que acabamos subiéndonos en el coche habiendo acordado pagar los 10 €. Como veis, somos los reyes del regateo.

Yo me paso el trayecto, que dura menos de quince minutos (o sea, que sí era un timo), sufriendo por ver cómo se toma esta confusión el dueño del hotel. Me siento fatal al pensar que han mandado a un conductor hasta Senggigi para nada.

Tras salir de la carretera  principal y atravesar una minúscula aldea en dirección al mar, llegamos al hotel Mina Tanjung. El taxista aparca en la parte trasera, junto a una gran cabaña de madera acristalada por los laterales y completamente abierta y con vistas al mar por la parte delantera. Por una puerta lateral sale un hombre con cara de amabilidad. Nos hace entrar en lo que parece ser el restaurante, donde también está la recepción, y le explicamos nuestra historia con pelos y señales. El hombre nos dice que no nos preocupemos, que no hay problema, y, además, nos dice que el taxi lo pagará el hotel. Nos quedamos con la boca abierta. "¡Qué detallazo!", pienso yo. A continuación, nos ofrecen un zumo de frutas natural, con su sombrillita de colorines y todo. Desde dentro de la sala (en la que no hay nadie más, por cierto), vemos cómo el recepcionista y el taxista mantienen una acalorada conversación. Al final le acaba dando algo de dinero, pero creemos que ni mucho menos tanto como nos pedía.

El hombre de la recepción vuelve a entrar en el restaurante mientras el taxi se marcha. A nosotros nos sabe bastante mal que, si estamos en lo cierto (y creemos que sí), le haya pagado menos de lo que habíamos acordado, pero bueno.

Al acabarnos el zumito, nos acercamos al mostrador que hace las veces de recepción para hacer el check-in. En un lado tienen el catálogo de servicios de una masajista. El masaje relajante de una hora sale a 15 € al cambio; le preguntamos al recepcionista si tendríamos que ir a algún sitio, pero nos dice que no, que las masajistas vendrían al hotel y nos harían el masaje en el jardín. Vicent y yo, que nos habíamos estado reservando este capricho hasta llegar aquí, no nos lo pensamos dos veces y reservamos un masaje para esta tarde. Después, pagamos lo acordado por la habitación (97 € por tres noches) y salimos, acompañados por el recepcionista, al jardín que hay al otro lado del restaurante. A este lado, las vistas del océano que tenemos a nuestra derecha son increíbles. Mientras caminamos por el cuidadísimo jardín de césped y palmeras, desde donde vemos varias cabañas más a nuestra izquierda, el recepcionista nos cuenta que, aunque no era la que habíamos reservado (porque ya estaba cogida cuando hicimos la reserva), nos han puesto en la única cabaña con vistas directas al mar, la que está en primera línea, porque otros clientes han cancelado su reserva. Subimos los  escalones de la terracita y entramos. Es chulísima. Amplia, con todo de madera, y el techo altísimo. El hombre, nos informa de los horarios del restaurante y se marcha.

Vicent y yo, como cada vez que vamos a un hotel guay, empezamos a saltar de alegría y a dar vueltas por la habitación eufóricamente. "¡Menudo hotelazo hemos encontrado!", digo yo. Como vamos a estar tres días, decido vaciar la mochila y ponerme cómoda. Después, nos vamos al restaurante a comer, donde vemos a un par de huéspedes. Acostumbrados a los precios de Bali, volver a poder comer por unos 4 € por persona nos parece un regalo divino. Además, la comida está buenísima. 


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Hotel Mina Tanjung
Después de comer, decidimos que hoy nos apetece relajarnos en el hotel y, como mucho, pasear un poco por la playa que tenemos delante. Y es lo que hacemos. Nos pasamos la tarde en las hamacas del jardín disfrutando de las vistas y descansando.

A las cinco llegan nuestras masajistas. Los sesenta minutos que dura el masaje se me pasan en un suspiro. Nos han puesto una música relajante que, junto con el sonido de las olas, nos ha dejado extasiados. Cuando se acaba el masaje, ha oscurecido bastante. Nos levantamos de la hamaca y volvemos a nuestra cabaña casi levitando.

[Nota para los curiosos: sí, fue entonces cuando, en la cabaña, y sin esperármelo para nada, Vicent me preguntó si me quería casar con él y sacó un anillo de dentro de un calcetín en el que había estado escondido durante los doce días que llevábamos de viaje. Fue un momento superbonito y, aunque me costó varios minutos reaccionar tras el shock inicial, le dije que sí.]

Tras arreglarnos un poco y bañarnos en repelente de mosquitos, decidimos volver a la hamaca del jardín para acabar de ver la puesta de sol. Aquí no hace tanto calor como en Bali y en Java, quizás por estar a la orilla del mar, así que el pantalón largo y la rebeca que me he puesto para evitar picaduras no me molestan.

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Atardecer en Lombok
Tras un ratito de paz, volvemos al restaurante para cenar. Hay muy pocas mesas ocupadas y el servicio es excelente. Volvemos a salir baratísimos; esta vez pagamos menos de 6 € entre los dos. Hacemos una sobremesa larga y relajada, pero, a pesar de que no es tarde, tenemos sueño y decidimos irnos a dormir temprano. Hoy ha sido un día de viaje muy intenso y mañana también lo va a ser. Espero que las tortugas de las islas Gili nos reciban igual que lo ha hecho Lombok. ¡Buenas noches! 

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