Día 11: catarata virgen, Bedugul y Tanah Lot

Día 11: catarata, bedugul y tanah lot

¡Buenos días desde nuestro maravilloso hotel de Bali! Hoy es nuestro último día en la isla y tenemos excursión con Kirno, el guía tan simpático con el que estuvimos anteayer. Hemos quedado con él a las nueve, así que nos levantamos con calma, nos arreglamos y desayunamos tranquilamente en el restaurante del hotel. A la hora acordada, Kirno llega a la recepción, donde Vicent y yo lo estamos esperando. Lleva tejanos y un polo, así que deducimos que los templos que visitaremos hoy no son tan estrictos con la indumentaria de los visitantes. Yo, aun así, llevo en la mochila mi sarong, por si las moscas.


Tras salir del caótico centro de Ubud, ponemos rumbo al primer destino del día: la catarata virgen de Nungnung. Tenemos más de una hora de trayecto, pero, como siempre, los paisajes hacen el viaje muy ameno. Además, Kirno hoy está especialmente majo. Como ya nos hemos cogido confianza, le preguntamos por su vida en Bali. Nos cuenta que él, a diferencia de la mayoría de habitantes de la isla, es cristiano. Al parecer, perdió a toda su familia en un  trágico accidente de autobús cuando era un niño y tuvo que irse a vivir a Java con su tía, que era cristiana. Sin embargo, las diferencias entre religiones en Indonesia, como ya vimos en Java, se llevan con mucha naturalidad, y Kirno está totalmente hecho a vivir en un lugar en el que el 90% de la población practica el hinduismo. También nos cuenta que está casado y que tiene hijos, pero que el trabajo no le deja mucho tiempo para estar con ellos, sobre todo en verano.
 
Por fin llegamos a la catarata. En la zona donde dejamos el coche, no hay ningún visitante más. ¡Genial! Unos metros más adelante hay una pequeña tienda al lado de un baño público. Kirno saluda al tendero antes de iniciar el camino hacia la catarata. Para llegar hasta allí, hay que bajar varios tramos de escaleras construidas sobre la tierra. No contamos el número de escalones, pero hay una barbaridad. "Luego habrá que subirlos", pienso yo. A medio camino, una pareja de españoles con su guía nos adelantan. Bajamos y bajamos, y la humedad del agua se hace cada vez más patente. Además, empezamos a escuchar el ruido del agua cayendo. Estamos muy cerca.  


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La cascada, desde las escaleras
 
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Catarata de Nungnung
Por fin ponemos los pies en llano y nos damos cuenta de que estamos rodeados de selva. Las paredes verdes que tenemos a nuestro alrededor se alzan decenas de metros. Al fondo, vemos la cascada. Avanzamos en esa dirección, pero las rocas por las que tenemos que pasar son muy resbaladizas, así que lo hacemos despacio y con cautela. Tras pocos minutos, nos plantamos delante de la cascada, que cae sobre una especie de piscina natural bastante grande. A pesar de estar en la zona de rocas y arena, a bastantes metros de la caída del agua, notamos que se nos está mojando la ropa, pero hasta que no sacamos la cámara no nos damos cuenta de lo mucho que salpica. Vicent, que traía el bañador puesto desde casa, preparado para este momento, empieza a quitarse la camiseta para entrar en el agua. Yo me quito las zapatillas y meto los pies. Está helada. Ni de coña. Con meterme hasta las rodillas tengo más que suficiente. La pareja que nos ha adelantado está aquí. El chico también se va a bañar.

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Catarata de Nungnung


Vicent se acerca a la zona de la cascada y, sin pensárselo dos veces, se da un buen chapuzón. Kirno y yo lo observamos desde la arena mientras hablamos. Al cabo de un rato, con Vicent ya de vuelta después de haberse cambiado de ropa allí mismo, envuelto en una toalla, decidimos dar por terminada la experiencia en la cascada y seguir con la ruta que tenemos preparada hoy. 

Empezamos la ascensión. Kirno nos informa de que es asmático, así que nos tomamos la subida con calma, parando cada par de tramos y disfrutando del paisaje. La otra pareja nos vuelve a adelantar mientras descansamos. Se está tan a gusto aquí y se respira tanta tranquilidad, que dan ganas de quedarse. Pero lo cierto es que hoy todavía nos quedan varias cosas que tenemos muchísimas ganas de ver, y eso nos anima a seguir subiendo.
 
Una vez arriba, Kirno nos invita a un plátano frito de la tienda que hemos visto antes. Está buenísimo. ¿Quién me iba a decir a mí que acabaría comiendo plátano frito con lo poco que me gusta comer fruta que no esté al natural? Pues aquí estoy. ¿Estaré madurando?
 
Volvemos al coche, y esta vez el trayecto es algo más corto. Nos dirigimos a uno de los templos más famosos de Bali, el Pura Ulun Danu Beratan, en Bedugul, dedicado a la diosa del agua y la fertilidad, Dewi Danu. El templo está situado a orillas del segundo lago más grande de la isla y, por lo que hemos leído en blogs y visto en fotos, es precioso. Aunque sólo nos separan 24 km de dicho templo, nos cuesta más de 45 minutos llegar. Una vez allí, vemos que el recinto está lleno de gente. Hay muchos turistas, pero también muchísimos locales. Al parecer, hay algún tipo de celebración religiosa hoy y se están haciendo procesiones y ofrendas.


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Pura Ulun Danu Beratan
A lo lejos vemos la construcción más famosa, el meru de 11 niveles que suele aparecer en Google imágenes al escribir Bedugul en el buscador. Luego nos acercaremos hasta allí; ahora hay demasiadas cosas pasando a nuestro alrededor. Empezamos a caminar por las diferentes zonas que componen este complejo de templos, observando los distintos rituales que se están llevando a cabo. Como os he contado, hay una especie de procesión que avanza a paso tranquilo. Kirno nos cuenta que seguramente acaban de sacrificar a algún animal (seguramente una gallina) y ahora, tras la procesión, se adentrarán con el cuerpo en el lago.


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Procesión religiosa


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Adentrándose con las ofrendas en el lago Bratan
Avanzamos un poco más y nos encontramos una zona de jardines donde hombres y mujeres, separados, disfrutan de una especie de pícnic. Un grupo de hombres bebe de una especie de garrafa blanca con bastante mala pinta. Como nos han visto observándolos, nos piden que nos acerquemos. Kirno, que nos hace de traductor, nos explica que nos quieren ofrecer un vasito de ese licor que están bebiendo. Yo les doy las gracias, pero me veo obligada a decirles que no. Si no me gusta ni la Coca Cola, ¿cómo me va a gustar un licor de vete a saber qué? Vicent, sin embargo, acepta. "A ver si te vas a poner malo", le digo yo, tan optimista como siempre. Le sirven un vaso y le da un par de sorbos. Nos cuenta que es como un licor de hierbas, y que está bastante fuerte, pero no malo. Les devuelve el vaso medio lleno y les da las gracias con una sonrisa de agradecimiento. En esta vida hay que probar de todo. Bueno, y si no lo pruebo yo, que lo haga Vicent y me lo cuente.

A medida que nos acercamos al famoso meru de 11 niveles, nos vamos encontrando cada vez a más turistas (y mucho palo selfie). La construcción es preciosa, y más grande de lo que esperábamos. Kirno se ofrece continuamente a hacernos fotos en plan pareja, así que salimos del templo con un book en toda regla.

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El famoso meru de 11 niveles
Al final, con tanta foto, se nos hace hora de comer. Kirno nos explica que nos va llevar a un restaurante similar al del otro día, con un amplio bufet y a un precio razonable teniendo en cuenta la variedad que ofrece. Está cerca de aquí, así que decidimos comer primero y, luego, seguir con la ruta.

Con el estómago lleno, salimos del restaurante en busca de Kirno y volvemos al coche. La última parada de la ruta de hoy es en el precioso templo de Tanah Lot, en la costa sur de Bali. De camino, sin embargo, pararemos en los arrozales escalonados de Jatiluwih. Kirno nos cuenta que tardaremos algo menos de una hora en llegar y yo, aunque intento resistirme, acabo cerrando los ojos y despertándome directamente al llegar a los arrozales. ¿Acaso hay mejor manera de despertar que con un paisaje como este? A pesar de la nubosidad que hay hoy, nos parece un lugar precioso.
 
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Arrozales escalonados de Jatiluwih

Tras darnos una vuelta por allí y hacernos un par de fotos, volvemos al coche ya en dirección a Tanah Lot. El trayecto dura poco más de una hora. A medida que nos acercamos al destino, vemos que aquí no está tan nublado como en el centro de la isla y ya desde lejos el lugar nos parece una pasada.

Aparcamos el coche. Para llegar a la zona del templo, hay que pasar por un mercadillo en el que se venden souvenirs de lo más variados (entre los que cabe destacar unos utilísimos abridores con forma de pene de todos los tamaños y colores) y cosas para picar. Nosotros, que andamos en busca de imanes de nevera para regalar, nos paramos en algunos de los puestos, pero no encontramos nada que nos guste. Es todo bastante hortera, la verdad. Nos llama la atención que en otra de las paraditas venden cocos; te los abren, te ponen una pajita y a beber. Vicent quiere probarlo, pero decidimos que igual sería mejor hacerlo una vez estemos en Lombok, en nuestra hamaca con vistas al mar.

Al pasar la zona del mercadillo, nos encontramos ya de lleno con la espectacular imagen del templo. Estamos viendo en persona uno de los templos más fotografiados de Bali, y la verdad es que impresiona. Eso sí, aquí sí que hay gente para dar y vender (e incluso más palos selfie que en Bedugul). Una de las peculiaridades de este templo es que, cuando sube la marea, la pequeña península sobre la que está construido queda incomunicada a nivel terrestre. Por eso está todo mojado.


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Tanah Lot
Nos acercamos a la marea de gente que lo rodea e intentamos hacernos alguna foto bonita. Nos llevamos un susto cuando, al avanzar por las rocas húmedas, una ola rompe contra las piedras que tenemos a varios metros y pone chorreando a unos turistas que había más cerca de la orilla. Después, nos damos cuenta de que hay otro grupo de turistas (creemos que japoneses) que están precisamente en la orilla esperando la siguiente ola. Parece que se lo están pasando pipa.


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Tanah Lot
A la derecha de este templo, hay otro cuyo nombre es menos conocido pero que es igual de bonito. Se trata del templo Pura Batu Bolong, que, traducido al español, sería algo como "el templo sobre la roca con un agujero". Y lo cierto es que, sólo con ver la foto, esta denominación tiene todo el sentido del mundo.


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Pura Batu Bolong
Tras pasearnos también por este último templo, miramos el reloj y nos damos cuenta de que no tardará mucho en anochecer. Es hora de empezar el camino de vuelta a Ubud. Antes de salir de la zona de los templos, al volver a pasar por el mercadillo, Kirno, que nos observa mientras curioseamos, nos pregunta si alguna vez hemos probado el pan balinés. No sabemos muy bien a qué se refiere, pero, teniendo en cuenta que sólo llevamos en Bali dos días, deducimos que no, nunca lo hemos probado. Entonces se acerca a una de las paraditas, intercambia cuatro palabras con la tendera, y vuelve con un pequeño cucurucho de papel (como el típico de los churros). Dentro hay unas bolitas de color verde recubiertas por lo que parece ser ralladura de coco. Lo probamos. Es raro, pero está bueno. No sabría cómo describirlo. Tiene una textura algo chiclosa, está dulce y sabe bastante a coco. Es todo lo que puedo decir. Nos recuerda a algo que probamos durante el tour en bici con Heni, pero no sabríamos decir si es exactamente lo mismo. 


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Probando el "pan balinés"
Tras acabarnos el cucurucho, volvemos al aparcamiento e iniciamos el viaje de regreso. Me paso todo el trayecto mirando por la ventanilla, como despidiéndome mentalmente de estos paisajes. La próxima vez que pisemos Bali será ya en nuestro camino de vuelta a Yakarta.

Al llegar al hotel ya es casi de noche. Nos despedimos de Kirno con bastante pena, conscientes de que es muy probable que no nos volvamos a ver nunca. Le deseamos suerte, y nos hace prometer que, si algún día nos casamos, volveremos a la isla a hacer una boda balinesa. Qué encanto de hombre.

Al llegar a la habitación del hotel, ya estamos pensando en la cena de hoy. Sin embargo, primero queremos preguntar en la recepción del hotel si nos harían el favor de imprimirnos las tarjetas de embarque para nuestro vuelo de vuelta a Yakarta dentro de unos días. No nos ponen ningún problema y, en pocos minutos, salimos a la calle en busca de restaurante. Hoy nos habíamos prometido darnos un capricho y cenar en algún sitio de los que habíamos visto en la avenida principal los días anteriores. Al final acabamos sentados en un restaurante llamado Nomad, en el que, por cierto, cenamos muy bien. Bastante más caro que los días anteriores, sí, pero barato si lo comparamos con cualquier restaurante de este tipo en Valencia o Barcelona.

Hacemos por última vez el camino de vuelta al hotel por las divertidas aceras de Ubud, saltando entre agujero y agujero. Mientras lo hacemos, también comentamos el plan de mañana. Yo estoy un poco nerviosa, porque no tengo muy claro lo que tenemos contratado. En teoría, nuestro billete para el barco que nos tiene que llevar a Lombok incluye un servicio de recogida en el hotel. Yo, sin embargo, como soy como soy, ya estoy maquinando alternativas por si no viene nadie a buscarnos. En fin, lo que tenga que ser será. Y, si no nos recoge nadie, ya nos buscaremos la vida.

Mañana cambiamos de isla. Nos esperan un emocionante viaje en barco y una hamaca frente al mar. ¡A descansar!

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