Día 10: ruta por el este de Bali

Día 10: ruta por el este de Bali

Son las siete y media cuando nos suena el despertador. Estamos muy descansados, así que no nos cuesta nada salir de la cama y ponernos en marcha. Además, hoy, aunque vamos a visitar varios lugares, tenemos la sensación de que va a ser un día más relajado que ayer, ya que a mediodía iremos a la playa y tenemos la intención de estar allí un buen rato disfrutando del mar.
 
Tras volver a desayunar como si no hubiera mañana, salimos a la puerta del hotel, donde nos espera Eka, nuestro guía de hoy. El tour que vamos a hacer lo hemos contratado en una ONG llamada Kupu Kupu y nos ha salido muy bien de precio. Eka habla un inglés más que decente y nos recibe en su coche con una sonrisa de oreja a oreja.
 
El primer lugar que visitaremos hoy es el museo Semarajaya, en el pueblo de Klungkung. Yo no soy muy fan de los museos en general, y menos cuando estoy en un país en el que el simple hecho de ir por la calle ya me parece supereducativo y fascinante. Sin embargo, estoy en modo relax, así que hoy todo me parece estupendo. A diferencia de ayer, que estuvo nublado buena parte del día, hoy tenemos un cielo azul precioso, así que aprovechamos el viaje (de poco más de 40 minutos) para disfrutar del paisaje. También aprovechamos para hablar con Eka y conocer otra perspectiva diferente de la vida en Bali.

 
En el jardín del museo
Al llegar a Klungkung, Eka nos indica dónde está la entrada al museo y, tras pagar la entrada (un euro y medio entre los dos), accedemos al recinto. Nada más cruzar la barrera de entrada, nos damos cuenta de que no es el tipo de museo que nos esperábamos. Delante de nosotros tenemos un jardín enorme dividido en diferentes zonas, caracterizadas por piezas arquitectónicas de diferentes tipos. En todas hay tallas en piedra y en una, la más espectacular, hay una construcción hinduista en cuyo techo pueden verse cientos de imágenes religiosas. Mientras las observamos, se nos acerca un hombre mayor que nos da un par de datos sobre el lugar. Después, nos ofrece sus servicios como guía muy sutilmente. Le decimos que no estaremos mucho rato y que no nos hace falta, pero, viendo que somos los únicos turistas que hay por aquí ahora mismo, decide seguirnos un rato hasta que se da por vencido y se va.
 
Tras pasear por el jardín, nos dirigimos hacia el edificio principal del museo, que al parecer fue construido por los holandeses y que antes hacía las funciones de una escuela.
 
Edificio principal del museo
Aquí, como en Java, también está todo decorado en blanco y rojo con motivo de la fiesta nacional, que fue hace unos días. En la entrada, un pequeño grupo de hombres y mujeres, que no sabemos exactamente qué función desempeñan allí, nos saludan muy amablemente. Nos paseamos por las diferentes salas, en la que tienen objetos arqueológicos entre otras cosas. La sala que más me gusta es una en la que se exhiben fotos antiguas de la realeza. Allí nos pasamos varios minutos, imaginándonos cómo sería la vida hace un siglo.
 
Aparte de esas dos o tres salas, la oferta del museo es bastante reducida, así que acabamos pronto. Tras una rápida visita al baño (que era más bien un cuarto de la limpieza con un pequeño inodoro), salimos de nuevo al jardín y volvemos al coche. Eka nos espera de nuevo con su sonrisa permanente y nos explica que ahora vamos a ir al templo Goa Lawah (o la cueva de los murciélagos).

El viaje dura menos de veinte minutos y la entrada cuesta  el equivalente a 50 céntimos de euro por persona. Tras ponernos el sarong pertinente (yo, el mío; Vicent, uno prestado), entramos. El templo nos recuerda bastante a los muchos que vimos ayer. Hay muchísimas figuras de piedra talladas con infinidad de detalles. También hay fieles rezando en diferentes partes del templo. Y ofrendas.

Goa Lawah
A medida que nos acercamos a la zona de la cueva que da nombre al templo, empezamos a notar un mal olor bastante fuerte, y también mucho ruido. Sabíamos que en dicha cueva viven miles de murciélagos, pero no nos imaginábamos la magnitud de la palabra "miles" hasta que nos plantamos delante de la cueva. La imagen es espectacular, pero, al mismo tiempo, el olor y el ruido la hacen un poco perturbadora.

Los "miles" de murciélagos

Delante de la entrada de la cueva, otro grupo de fieles está en medio de una ceremonia. Me asombra que, a pesar del turismo, la vida religiosa en estos templos siga imperturbable. 

Al ser un templo pequeño, en menos de una hora volvemos a reunirnos con Eka. El próximo punto de nuestra ruta de hoy es el palacio del agua de Tirta Gangga. El trayecto dura alrededor de una hora y por el camino volvemos a encontrarnos con un rito funerario como el que vimos ayer con Kirno. Sin embargo, esta vez sí podemos ver las vacas que se incineran con los difuntos en su interior. En este caso hay dos, que deben de pertenecer a dos familias distintas. Eka nos explica que la más grande es la de la familia más rica. La otra, aunque más pequeña, también pertenece, seguramente, a una familia acomodada.



Al parecer, a veces las familias entierran a sus difuntos temporalmente hasta que pueden reunir el dinero necesario para realizar el rito de la incineración de las vacas, así que en ocasiones los difuntos pueden haber fallecido meses (e incluso años) antes de la ceremonia.

Llegamos a Tirta Gangga. La entrada al palacio cuesta 40.000 rupias entre los dos (poco más de un euro por persona). Tanto en la cueva de los murciélagos como en el museo de Semarajaya nos hemos encontrado con poquísimos turistas, y en el palacio real sigue nuestra racha. La verdad es que es una suerte poder disfrutar de un sitio tan bonito sin agobios. Se trata de un conjunto de jardines muy bien cuidados en los que los elementos principales son unas bonitas piscinas de agua cristalina.


Nos pasamos aquí un buen rato, disfrutando del buen día que hace y de la tranquilidad del lugar. Sin embargo, se acerca el mediodía, así que, al cabo de un rato, decidimos volver al coche para poner rumbo a la playa de Perasi, donde queremos comer.

En el coche, Eka nos cuenta que en la playa de Perasi, también conocida como "Virgin Beach" o "White Sand Beach", no suele haber muchos turistas. Además, no explica que hay varios restaurantes o chiringuitos en la arena que ofrecen todo tipo de comida local. Estoy deseando llegar. ¡Será nuestra primera vez en una playa balinesa! 

Esta vez el viaje es muy cortito. Aparcamos el coche en un descampado de tierra donde hay algunos warungs tradicionales y Eka nos indica el camino que tenemos que seguir para llegar a la playa. Quedamos en volver en unas tres horas, para que nos dé tiempo de comer y relajarnos. Empezamos a bajar por un camino de tierra y, tras varios minutos, empezamos a distinguir la playa a lo lejos. A medida que nos acercamos vemos que, efectivamente, hay poquísimos turistas. Me emociono sólo de pensar en las fotos tan bonitas que nos van a salir hoy.

Playa de Perasi
La arena blanca de la playa nos recibe cálida, pero sin quemar en exceso. Es una playa pequeña, que quizás puede recorrerse de un extremo al otro en unos 15 minutos. Ahora mismo estamos en una punta, así que decidimos andar un poco para ver dónde queremos plantar las toallas. Avanzamos con el mar a nuestra izquierda, y a la derecha vemos algunos pequeños restaurantes sobre la arena, protegidos por las palmeras o por simples estructuras hechas de caña. Delante de algunos de los bares, hay algunas filas de parasoles y hamacas, la mayoría vacías. Una mujer se nos acerca para enseñarnos la carta de su restaurante. Además, nos dice que, si comemos allí, podemos disponer de dos hamacas y dos toallas durante el rato que estemos en la playa. Nos parece perfecto y aceptamos sin hacernos de rogar.

Estamos en el paraíso. Desde nuestra hamaca sólo vemos a una pareja más de turistas. De vez en cuando, vemos a gente paseando por la orilla. También hay un vendedor de cometas que camina por allí en busca de clientes. Nos pasamos el rato observando el paisaje, paseando y leyendo.

Playa de Perasi
Cuando nos da hambre, nos sentamos en la terraza del restaurante, donde disfrutamos de dos platos muy cumplidos de bakmi goreng. De postre (invita la casa), un plátano frito con helado que, para mi sorpresa, está muy rico. Por increíble que parezca, pagamos 85.000 rupias  (es decir, menos de 6 euros entre los dos). Hoy nos está saliendo el día redondo.

Hacia las tres y media, decidimos recoger nuestros bártulos y volver al coche. El camino de tierra ahora se hace un poco más pesado, al ser cuesta arriba. Al llegar, Eka está esperándonos. Nos cuenta que ha aprovechado el rato para comer con unos amigos. Nos queda un último sitio por visitar hoy. Se trata de una aldea tradicional de artesanos, situada en Tenganan.

Aldea tradicional balinesa
Tras un viaje de poco más de media hora, llegamos al pueblecito. Aquí sí que nos encontramos más turistas, pero tampoco tantos como en los lugares que visitamos ayer. Hacemos una donación de 20.000 rupias y entramos. Esta vez Eka entra con nosotros y nos habla un poco sobre la vida allí. Nos cuenta que él no ha salido nunca de Indonesia, que su sueldo no se lo permite, y que lo mismo pasa con la gran mayoría de indonesios. Mientras paseamos y nos enseña el trabajo de los artesanos que viven allí, aprovechamos para preguntarle por la malaria (un tema que me tiene preocupada, ya que en dos días nos vamos a Lombok y casi no me queda repelente) y nos dice que hace unos meses hubo una pasa, pero que ahora no. Respiro un poco más tranquila.

Entramos en alguna pequeña tienda artesanal, pero no compramos nada. Por la calle nos encontramos un gallo de color rosa chillón. Eka nos cuenta que las peleas de gallos, pese a ser ilegales, son una práctica habitual. Pobrecitos.

Gallo de pelea


Aldea tradicional balinesa
Tras un buen paseo por el pueblo, volvemos al coche. La vuelta al hotel se nos hace bastante corta, aunque cuando llegamos ya es casi de noche. Después de despedirnos de Eka, y como ya viene siendo habitual, nos pasamos por la piscina del hotel a darnos un baño nocturno y a relajarnos. Más tarde, una ducha y a la calle a buscar algún restaurante. Hoy me apetece pasta, no sé por qué. No tenemos intención de gastarnos mucho dinero; hemos pensado que mañana, que es el último día en Bali, iremos a algún lugar más especial a cenar. Esta noche buscamos algo bueno y bonito, pero, sobre todo, barato.

Encontramos exactamente lo que buscamos a pocos metros de nuestro hotel, en la avenida principal. Es un local pequeño y está vacío, pero en la carta tienen pasta a la boloñesa, así que, por mí, estupendo. Aunque, al principio, la joven camarera del restaurante no nos transmite mucha confianza, la verdad es que cenamos relativamente bien y acabamos pagando casi lo mismo que en la comida de la playa de Perasi, o sea, poquísimo.

Volvemos al hotel con ganas de relajarnos un ratito más antes de acostarnos. De hecho, mañana Kirno nos recoge a las nueve, así que no tendremos que madrugar. Sin embargo, nos ponemos una serie en la tablet y no duramos más de quince minutos. ¡Ser turista es muy duro!

No hay comentarios:

Publicar un comentario