Día 6: Surabaya y viaje al Bromo

Surabaya y viaje al Bromo

Son las 5 de la mañana, y nos suena el despertador. Hoy tenemos un largo día de viaje por delante. Primero, cogeremos un tren que nos llevará directos a Surabaya, una de las grandes ciudades de Java. Allí nos recogerá un conductor que hemos contratado para llevarnos a un hotel cerca del monte Bromo.

Aunque es muy temprano, en el hotel, muy amablemente, nos permiten bajar a desayunar al restaurante. Por lo que vemos, nos somos los únicos viajeros que han madrugado hoy. Tras tomarnos el ya típico desayuno de arroz con verduras (que me encanta, por cierto), nos recoge un taxi y nos lleva a la estación de tren donde dos días antes habíamos imprimido los billetes. ¡Y menos mal! La estación está llena de gente andando de un lado para otro. Hay varias colas, pero no sabemos exactamente a qué espera cada una. Decido ponerme en una al azar mientras Vicent se adelanta para intentar investigar cuál es la de nuestro tren. Nadie tiene muy claro cuál es, pero parece que la gente de mi alrededor también va a Surabaya, así que decidimos quedarnos ahí.

Los minutos pasan y la cola avanza muy poco a poco. Me empiezo a poner de los nervios. Las estaciones suelen causarme este efecto. "¡A ver si no vamos a llegar!" "¡Vicent, pregúntale a esa mujer, va!" Varios minutos más tarde, la cola empieza a avanzar y una trabajadora de la estación empieza a gritar el nombre de un tren. Creemos que es el nuestro y nos acercamos corriendo. Efectivamente. A menos de diez minutos de la hora de salida prevista, conseguimos pasar la barrera del andén y entramos en el tren. Buf, por qué poco.


Al entrar en el vagón, me siento teletransportada a los años sesenta (ya sé que nunca los he vivido, pero he visto Cuéntame). Es un tren antiguo, pero bien cuidado, y se está muy fresquito. Para vuestra información, estamos viajando en clase Eksekutif, una de las más caras del tren, si no me equivoco. Por eso tenemos aire acondicionado. Aun así, el billete nos ha costado unos 12 euros por persona para un trayecto de cinco horas.
 
Durante el viaje, nos dedicamos a leer y a ver, a ratos, Orange is the new black en la tablet que llevamos con nosotros. Al rato de haber salido, pasa un azafato ofreciendo bandejas de desayuno. "¡Uhm! ¡Qué rico!". Le preguntamos qué llevan y él, muy majo, nos enseña la bandeja. Un poco de arroz con verduras y un huevo duro de color verde con una pinta terrible. Ese tipo de huevo, aunque sé que en algunas zonas de Asia es considerado un manjar, me tira para atrás. Decidimos no arriesgar; todavía quedan muchos días de viaje.
 
El viaje se nos pasa muy rápido, ya que, entre capítulo y capítulo, nos echamos alguna siesta. Llegamos a Surabaya muy puntuales, casi a mediodía. Allí nos espera David, el conductor que nos tiene que llevar al hotel del Bromo. Él también nos llevará mañana hasta la punta este de Java. Sus servicios están incluidos en un tour que contratamos desde casa (Bromo Flexible Tour) por recomendación de Trip Advisor. Nos esperan un par de horas o tres de coche, así que pasamos un momento por una tiendecita para comprar algo de comer y, tras una visita rápida al baño de la estación, salimos en dirección al Bromo.
El viaje acaba durando tres horas, pero no se nos hacen muy largas ya que la adrenalina y el peligro de muerte inminente en cada adelantamiento nos mantienen alerta. Además, David también nos va explicando cosas por el camino. Por otro lado, hoy es la fiesta nacional de Indonesia, y durante el trayecto vemos varios tipos de celebraciones por las calles.

Unas tres horas más tarde, David aparca en la puerta de nuestro hotel. Aunque tenía muchas ganas de llegar, ahora estoy un poco asustada por ver la habitación que nos ha tocado. Y es que este es el único hotel de todo el viaje que no he podido elegir yo, ya que nos venía incluido en el tour. Cuando el organizador de la excursión nos dijo el nombre del hotel (Yoschi's Hotel Bromo), lo primero que hice fue buscarlo en Trip Advisor, mi gran aliado, y lo que me encontré no me gustó demasiado. Las críticas eran horribles, en general, y las fotos daban bastante miedo. Aun así, había que tomárselo con filosofía. "Es sólo una noche."

Ahora nos encontramos en la puerta y, por fin, vamos a ver si las críticas son ciertas. En la recepción nos atienden dos chicos un poco raros, pero majos. Nos dan la llave de nuestra superior room y nos informan de que tenemos el desayuno incluido. El hotel está organizado en diferentes zonas formadas por pequeños bungalows. Para ir a nuestra habitación, hay que cruzar al otro lado de la pequeña carretera por la que hemos llegado. Al abrir la puerta de nuestra casita, nos encontramos una habitación bastante parecida a la de las fotos de Trip Advisor, aunque la sensación no es tan mala en persona. Hago una primera inspección ocular en busca de fauna local (sin ponerme a buscar mucho por miedo a encontrarme algo de verdad). Vale, no está tan mal. El aseo y la ducha están fuera de la habitación, en la puerta de al lado. Y la pica está en la calle directamente. Qué gracioso.

Tras dejar los trastos en la habitación, decidimos irnos a dar una vuelta mientras sea de día. Nos damos cuenta de que hoy no hemos comido, sólo hemos picado algo durante el viaje en coche, pero para la hora que es pensamos que es mejor esperarnos a la cena. De todos modos, nos pasamos por el bar del hotel para ver la carta y el horario. Al entrar, oímos música en directo. Hay un grupo ensayando. ¡Qué guay! ¡Ojalá toquen luego!

turismo y viajes a indonesiaSalimos a explorar. Paseando por los alrededores del hotel, no encontramos una especie de fiesta infantil en la que unos cuantos niños juegan al clásico juego de morder una manzana que cuelga de un hilo; sin embargo, de sus hilos no cuelgan manzanas. Aunque nos cuesta reconocer qué objetos son, tienen forma de cortezas de pan de gambas. No nos acercamos para resolver el misterio porque nos da un poco de corte, pero en nuestra memoria aquellos niños permanecerán como los que jugaban a morder cortezas de pan de gambas. Más tarde, ya de camino al hotel, no encontramos a un hombre que vende ramos y figuras hechas con una flor seca que debe de ser típica de la zona. Como mañana comprobaremos en nuestra visita al volcán, los locales venden estas creaciones a los turistas para que las tiren al cráter y pidan un deseo. Yo no me atrevería a tirar nada. Imagínate tú que lo tiras y se pone en erupción. Quita, quita.


Ya casi estamos de vuelta en el hotel. Debe quedar alrededor de una hora de luz y, por primera vez en los días que llevamos en Indonesia, parece que está refrescando. A lo mejor acabaré sacándole partido a la sudadera y al cortavientos que metí en la mochila a regañadientes. "¡Pero si vamos a Indonesia! ¡Es una pérdida de espacio en la mochila!" Allí, parados delante del hotel, las vistas son magníficas.

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Bueno, ya hemos visto los alrededores, así que decidimos sentarnos en la terraza del bar para que Vicent pruebe la cerveza indonesia. Para ser un sitio tan aislado, hay bastante ambiente. Todos somos turistas, la mayoría europeos. Oigo a gente hablar en inglés y en alemán. Pasamos un rato buenísimo viendo el atardecer desde allí. Sin embargo, al oscurecer, empieza a hacer ya un poco más de frío. Decidimos ir a la habitación a abrigarnos un poco más y a descansar y, más tarde, volvemos al bar ya con intención de cenar. No son ni las ocho, pero tenemos hambre. Somos de los primeros en pedir la cena, pero al poco rato el bar se llena. Además, el grupo que hemos visto ensayando esta tarde empieza a tocar y se crea un ambiente muy agradable. A su estilo, tocan canciones de rock muy conocidas y en algunas canciones la gente incluso se anima a medio cantar. El hotel va ganando puntos por momentos. Además, la comida está buenísima y el servicio, aunque un poco lento, es bueno. Me encanta este momento.

Nos lo estamos pasando tan bien que el rato se nos pasa volando. Son más de la diez y deberíamos acostarnos si queremos dormir algo antes de que nos suene el despertador a la 1:55 de la mañana (récord del viaje). Una última canción, y nos vamos. Va, otra. Si la siguiente no nos gusta, nos vamos. Y así hasta que Vicent consigue sacarme casi a rastras del restaurante. Al salir nos encontramos a un par de hombres que venden guantes y gorros de lana. "Qué exagerados", pienso yo. "Con esta sudadera ya lo tengo bien." Sin embargo, al pasar por delante de la recepción, uno de los recepcionistas nos pregunta si tenemos abrigos. Le decimos que no y él, por dentro, se está riendo en nuestra cara. Nos informa de que ellos tienen chaquetas de alquiler. Aunque al principio nos resistimos, al final decidimos hacer caso a las señales que la madre naturaleza nos están enviando (el frío polar, aunque queramos negarlo, los hombre vendiendo gorros, las chaquetas de alquiler...) y cogemos una cada uno. La mía, aunque me da un poco de no sé qué, me encanta. Es como muy fea, pero al mismo tiempo muy guay. Es difícil de explicar, ya la veréis en la foto de la siguiente entrada.

De vuelta a la casita al otro lado de la carretera, mis buenas intenciones de darme una ducha antes de acostarme se esfuman rápidamente. Sí, hombre, con este frío voy a meterme yo ahí. Nos lavamos los dientes en la pica que hay fuera de la habitación, pijama y a la cama. Las mantas, aunque me dan un poco de repelús porque no huelen mucho a limpio, me ayudan a entrar en calor. Va, a dormir, aunque sólo sean tres horas.

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