Día 5: tour en bici y Prambanan

Día 5: tour en bici y Prambanan


Hoy el despertador nos suena a una hora más decente. Son las siete. Bajamos al restaurante del hotel, donde disfrutamos de un desayuno a base de arroz, tortilla y verduras salteadas. A las 8 menos cuarto nos recoge el taxi que le habíamos pedido anoche al recepcionista para llevarnos a ViaVia, donde empezaremos nuestra excursión en bicicleta por los pueblecitos de alrededor de Yogyakarta. Durante el trayecto, al volver a ver la locura del tráfico de la ciudad, me planteo si la excursión en bicicleta es una opción sensata. "Tranquila, Ana. Seguro que la excursión empieza directamente en algún camino de las afueras. No se pueden arriesgar a llevar a turistas por estas calles." Intento autoconvencerme, sin éxito.
 
Al llegar a ViaVia, nos encontramos en la puerta a tres personas con pinta de turistas. Nos preguntamos si serán nuestros compañeros de excursión y, al cabo de unos minutos, cuando sale nuestra guía, Heni, descubrimos que sí. Heni es una chica joven con un nivel de inglés altísimo. Es de Yogyakarta, así que ¿quién mejor para hablarnos sobre el lugar? El resto del grupo está formado por una pareja de holandeses muy rubios y un chico de Singapur. Todos llevan ya varias semanas viajando por Indonesia, así que nosotros somos los novatos del grupo.

Tras entregarnos las bicicletas, Heni se pone al frente de la expedición para guiarnos. Efectivamente, mis sospechas se confirman. Salimos directamente desde la puerta de ViaVia. Yo estoy aterrada. Sé montar en bici, pero no soy ninguna experta y me produce terror pensar que tengo que ir por esas calles llenas de motos y coches. Una vez pasado el pánico inicial, me digo a mí misma: "Va, ¡tú puedes!". Y nos ponemos en marcha. Vicent, el pobre, se dedica a tranquilizarme durante los primeros metros gritándome palabras de ánimo desde su bicicleta. Yo le grito también, pero de horror. Me resulta muy difícil controlar la bicicleta entre tanto bache, y no hago más que pensar que un paso en falso podría causarme la muerte (exagerada, lo sé). Al final, tras varios minutos, consigo tranquilizarme y empiezo a disfrutar, más o menos. Además, al poco rato salimos de la ciudad y nos adentramos en una Yogyakarta mucho más rural, con caminitos de arena y sin tráfico. Esto ya es otra cosa.
 
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Producción tradicional de pan de gambas
Durante el camino, hacemos varias paradas. Una, en una pequeña fábrica de pan de gambas tradicional, que, por cierto, estaba buenísimo. Otra, en una granja en la que Heni nos cuenta la importancia de tener vacas en la sociedad rural indonesia.
 
Un poco más tarde, paramos en un par de arrozales. En el primero, las trabajadoras están sembrando las semillas de arroz y Vicent incluso se atreve a "ayudarlas" (o más bien a entorpecerlas) a plantarlas poniéndose de barro casi hasta las rodillas. En el otro arrozal, los trabajadores separan el grano de arroz de la planta  una vez ya recolectado (y a mí también me dejan "ayudar"). Ambas experiencias nos encantan. Además, se nota que los campesinos nos enseñan su trabajo con mucho orgullo y parecen estar encantados con nuestra visita.
 
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Parada en el primer arrozal


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En el segundo arrozal
Seguimos con la ruta, y en la siguiente parada vivimos una de las experiencias más surrealistas pero divertidas de nuestro viaje a Indonesia. Pongámonos en situación. Mañana, 17 de agosto, es la fiesta nacional del país. Aunque falta un día, hoy es domingo y todo el mundo está como muy festivo.

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Pues bien, mientras paseamos en nuestras bicicletas de camino a visitar a un pequeño fabricante de ladrillos de barro, nos encontramos con una especie de fiesta o concierto. Hay un grupo cantando en un escenario y mucha gente abajo bailando al ritmo de la música. Nosotros, curiosos, bajamos un poco la velocidad y Heni nos pregunta si queremos parar. ¡Pues claro! Mientras, en el escenario, entre canción y canción hacen una especie de sorteo. Mientras observamos a una distancia prudente, nos damos cuenta de que nosotros también estamos siendo observados y, al momento, se nos acerca una de las organizadoras (o eso suponemos) del evento. Nos pide que nos acerquemos a bailar y también que subamos al escenario (no sabemos muy bien a qué). Los holandeses y el singapurense se niegan; les da vergüenza. A Vicent y a mí también, pero menos que a ellos, y decidimos acercarnos (aunque, eso sí, nada de subir al escenario). Suena la siguiente canción. La gente nos hace fotos y nosotros, poco a poco, vamos perdiendo la timidez y nos soltamos a bailar con el resto de la gente. Cuando nos damos cuenta, el resto de nuestro grupo también se ha acercado hasta nuestra zona y, aunque no bailan, están hablando con los locales y haciéndose fotos con ellos. Nos lo pasamos pipa. Además, nos encanta este momento porque es totalmente fortuito, sin ninguna preparación. Todo muy auténtico. Acaba siendo una experiencia inolvidable.

Después de la fiesta, nos ponemos de nuevo en marcha. Ya se va acercando el mediodía y empieza a hacer muchísimo calor. Heni nos explica que, después de la visita al fabricante de ladrillos, nos llevará a una casa donde podremos comer algo y refrescarnos. ¡Bien! Llegamos al lugar. El fabricante (o artesano, porque lo que hace es un arte) nos enseña el proceso de fabricación. Lo hace con tanta rapidez que parece facilísimo. Vicent se anima a intentarlo y, con la ayuda de Heni, consiguen un resultado más o menos decente que el artesano seguramente descartará en cuanto nos marchemos (¡Ja ja!).
 
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Bueno, ahora toca un pequeño descanso. Como nos ha prometido antes, Heni nos lleva a una casa tradicional. Nos ponemos cómodos en la pequeña terraza que tienen y nos dedicamos a hablar con nuestros compañeros de excursión en busca de consejos prácticos para el resto de nuestro viaje. Los holandeses nos recomiendan el volcán Ijen, que desafortunadamente no está en nuestro recorrido. Otra vez será. También nos advierten sobre los hoteles cerca del Monte Bromo, adonde vamos mañana. Dicen que hay un poco de mafia con los que organizan los tours, y que a veces los hoteles son horribles. ("Por favor, yo sólo pido que no haya bichos en la cama. Que alguien me oiga, por favor.") A los pocos minutos, Heni nos trae un surtido de aperitivos típicos de Indonesia. Sorprendiéndome incluso a mí misma, lo pruebo todo. Me sorprende bastante el tempeh, que creía que no me gustaría. Está todo buenísimo.

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Son casi las 12, hora de regresar a Yogyakarta. Volver a las calles llenas de coches se me hace un poco cuesta arriba, pero me sobrepongo al miedo y acabo llegando a ViaVia sana y salva. Nos despedimos de los compañeros y de Heni. Es una chica majísima y me da pena pensar que no la voy a volver a ver, así que intercambiamos nuestros emails antes de irnos. En ViaVia, muy amables, nos piden un taxi, así que a la una ya estamos en el hotel. Tenemos que ducharnos y comer algo rápido. Volvemos a recurrir al servicio de habitaciones del hotel que tanto nos gusta.

A las dos y media, tras poco más de una hora para refrescarnos y reponernos de la excursión de la mañana, bajamos a la recepción a esperar al conductor que nos tiene que llevar a Prambanan. Como en el caso de Borobudur, estamos muy emocionados. Tiene que ser un lugar impresionante. Nuestro transporte se retrasa un poco, pero, al final, llega. Estamos un poco nerviosos, ya que queremos ver el atardecer allí. Pero tenemos tiempo. En la furgoneta hay una pareja de alemanes y, de camino a Prambanan, recogemos a una mujer con rasgos asiáticos en su hotel.

El trayecto no es muy largo; poco más de media hora. Quedamos con el conductor a las 6 en el lugar donde ha aparcado, así que tenemos tres horas para disfrutar del lugar. A diferencia de Borobudur, que era un templo budista, el conjunto de Prambanan cuenta con un gran número de templos dedicados a los principales dioses de la religión hindú: Shiva, Brahma y Visnú. Nosotros en esta visita intentaremos ver los tres principales.

Ya desde la entrada vemos que hay muchísima más gente que en Borobudur. El horario no es el mejor, quizás. Nada más entrar  en la "recepción", nos invitan a un té, café o agua mineral y, como tenemos la entrada desde ayer, entramos directamente a la zona de los templos. Como ya he dicho, hay muchísima gente. El templo principal está abarrotado, así que decidimos empezar por los dos más pequeños, que están más al norte. Tras una pequeña caminata, los alcanzamos y nos damos cuenta de que están vacíos, así que podemos disfrutar de ellos con total tranquilidad.
 
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turismo y viajes a indonesiaTras un buen rato paseando por los templos, decidimos volver a probar suerte en el templo principal. Sigue habiendo mucha gente, pero decidimos entrar. Pasear tranquilamente por dentro del templo es una tarea casi imposible, así que decidimos buscar un lugar por fuera para ver el atardecer y hacer algunas fotos. Decidimos irnos a la cara oeste del templo. Allí, entre las ruinas, hay bastante sitio para sentarse a admirar el templo y apenas hay gente. Jugamos con las cámaras un rato y descansamos mientras el sol empieza a ponerse. Es una imagen de postal. Las fotos no le hacen justicia al momento que vivimos allí.

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Es hora de volver. Está oscureciendo y no queremos llegar tarde al coche, por si se van sin nosotros. Una última foto con los templos de fondo, y volvemos al aparcamiento. La salida es un laberinto de tiendas del que resulta muy difícil salir. Al final, logramos encontrar el camino de salida y nos reunimos con el conductor y el resto de viajeros.

Al llegar de nuevo al hotel, tenemos la sensación de haber vivido muchísimo en menos de 12 horas. La excursión en bici y el concierto parecen recuerdos de anteayer. Es lo que pasa cuando vives las cosas con tanta intensidad.

Al entrar en la habitación del hotel, nos encontramos con una grata sorpresa. Esta mañana hemos usado el servicio de lavandería del hotel (como señoritos otra vez) y tenemos toda la ropa limpia y dobladita allí. Qué lujazo. Tras descansar un rato, cenamos y nos metemos en la cama. Mañana tenemos que coger un tren hacia Surabaya muy temprano. Nos da pena irnos de Yogyakarta, pero nos prometemos a nosotros mismos que algún día volveremos. 

2 comentarios:

  1. Aaaaay, me he visto reflejada en tu relato con la bici, yo soy igual!! Aunque nosotros la alquilamos para visitar Prambanan, y ahí no había coches...

    Un saludo!

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    1. Es que aquello era un peligro! No sé cómo se atreven a llevar a los turistas por allí, jaja! Gracias por leerme! :)

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